Castle On The Hill es una carta de amor a la infancia y adolescencia de Ed Sheeran en la campiña de Suffolk, Inglaterra. Con imágenes muy vívidas —el olor a hierba fresca, carreras por los prados y atardeceres dorados junto a un castillo medieval—, el cantante recuerda travesuras, primeros amores y la emoción de conducir a toda velocidad mientras suena Tiny Dancer. Entre risas, piernas raspadas y cigarrillos liados a mano, evoca la intensidad de esos momentos en los que todo se sentía nuevo y eterno.
Pero el tema no se queda en la nostalgia azucarada. Al repasar el destino de sus viejos amigos —algunos con hijos, otros con problemas, todos cambiados por los años—, Sheeran muestra que crecer implica caminos divergentes y pérdidas inevitables. Aun así, subraya una verdad reconfortante: los recuerdos compartidos y el lugar que nos vio nacer siguen siendo un hogar emocional al que siempre podemos volver. La canción combina alegría y melancolía en un himno que invita al oyente a hacer su propio viaje mental por las carreteras de la memoria.