¿Qué pasa cuando la noche se resiste a terminar y un último trago promete más que alcohol? «One For The Road» nos mete en el asiento trasero de una aventura nocturna: después del bar, todos van a casa de alguien, la luz es tenue y el protagonista tiene la sospecha –o quizá la certeza– de que esa visita ya tiene un guion preescrito. Entre persianas que dejan pasar grietas de luz, guitarras que crujen y un corazón que late al ritmo de un motor en carretera, la canción retrata el momento en que la fiesta colectiva se convierte en un tête-à-tête cargado de insinuaciones.
En cada estribillo, la famosa “una para el camino” no solo es la excusa para alargar la velada, sino también la forma en que el narrador tantea si habrá complicidad cuando los demás se marchen. Hay sensación de déjà vu, un poco de peligro y mucha electricidad: como si ese shake, rattle and roll fuese tanto la música que suena como las chispas que saltan entre dos personas. Al final, Arctic Monkeys pinta el retrato de esa hora mágica donde un sorbo más puede ser el puente entre la música, el deseo y la incertidumbre de lo que sucederá cuando las luces se apaguen.