¿Alguna vez has soñado con la vida glamorosa de Hollywood y luego descubierto que los focos encandilan más de la cuenta? En California, la neozelandesa Lorde narra su propia montaña rusa por la meca del espectáculo: primero la alfombra roja, los aplausos y los jets privados; después la resaca emocional de las «botellas y modelos» que terminan apretándole el cuello. La voz de “Carol” representa aquella gran oportunidad que la catapultó a la fama, pero también abrió la puerta a un mundo que, aunque dorado, estaba lleno de flechas envenenadas.
En la canción, Lorde decide abandonar esa “California love” que suena tan tentadora en las películas. Prefiere volver a las nubes de su Nueva Zelanda natal, tomar el sol con sus amigas y su “baby”, y quedarse con los recuerdos buenos sin repetir el ciclo tóxico. Con un suspiro final, reconoce que todo fue «solo un sueño» y pide despertar. El resultado es un himno de despedida que combina nostalgia y alivio, perfecto para recordarnos que el brillo externo no siempre compensa la paz interior.