Imagina que subes a un barco en plena tormenta: las olas chocan y una voz grave susurra que nada volverá a ser igual. Así arranca Buried At Sea del cantautor estadounidense David Kushner, una balada oscura y cinematográfica que entrelaza misticismo bíblico con drama marítimo. Entre halos, ángeles y martirios, el narrador denuncia a un antiguo amor que finge santidad mientras ambos se hunden irremediablemente.
La canción es a la vez confesión y advertencia: los secretos y las culpas pesan tanto que arrastran a los protagonistas hasta el fondo del océano, un símbolo de condena inevitable. Kushner contrapone imágenes religiosas —pecado, redención, «atonement»— con el frío misterio del mar para recordarnos que no hay trato posible con el destino; si uno cae, el otro caerá también. Los huesos se hunden, el agua se oscurece y ni el cielo ni el infierno ofrecen salvación. Buried At Sea es, en última instancia, una potente metáfora sobre la traición compartida y la imposibilidad de escapar a las consecuencias.